Madrid, 22 de junio de 2023.-
Ya ha llovido, y no siempre con la regularidad deseada, desde abril de 1995 cuando, recién ingresado en AISGE, escribí mi primer artículo doméstico bajo el título “El actor, el auténtico jornalero de la gloria” para referir, tras la primera aproximación a la verdadera realidad sociolaboral y profesional del colectivo artístico, la necesidad de cambiar la brújula y la estrategia para iniciar la conquista de los derechos de propiedad intelectual y otros de índole laboral o social de extraordinaria importancia. En aquel entonces no podía entender cómo la mayor parte de los colectivos creativos y artísticos tenían reconocidos sus derechos intelectuales y por qué los actores y bailarines no. Esa es la razón, a modo de premisa y conclusión, que inspiró ese primer artículo para poner de manifiesto que la profesión artística es vocacional y que dicha vocación impulsa día a día al actor o al bailarín a pensar cómo buscarse la vida de manera inmediata sin reparar en sus consecuencias, sacrificándolo todo, absolutamente todo, con tal de satisfacer esa vocación, probablemente, la más exigente de todas. Sin reparar, asimismo, en la necesidad de construir un ecosistema jurídico adecuado para desarrollar dicha vocación y para obtener los frutos de tan abnegado esfuerzo en forma de rendimiento de sus derechos intelectuales en la fase de explotación de los contenidos audiovisuales creados por ellos, fundamentalmente.
Me enamoré de su vulnerabilidad, de su creatividad desconocida por el gran público, de su sensibilidad y su solidaridad para con los demás menos para sus propios derechos, razones todas de peso que me comprometieron por siempre para afrontar el reto de entregarlo todo en esta causa. Desde ese instante se luchó con renovadas esperanzas por mitigar el injusto tratamiento que el colectivo recibía desde el ámbito de los derechos de autor y por mejorar también las condiciones sociolaborales en que tenía que desarrollar su trabajo profesional. Hasta ese momento, como el público en general, no podía imaginar la realidad personal y familiar que se ocultaba tras la “máscara” de los actores. Más bien los concebía como seres privilegiados, siempre ideales, sanos, bellos, geniales, ocurrentes y glamurosos.
En 1995 el colectivo solo contaba con un derecho de remuneración por copia privada que apenas comenzaba a caminar. En abril de 1996 se logra introducir en la Ley de Propiedad Intelectual un cuadro completo de derechos. En 1997 se comenzaron a interponer, tras un periodo de negociaciones y análisis, las demandas contra las televisiones, que comenzaron a dar sus frutos a principios del presente siglo y eso marcó un punto de inflexión en la evolución de AISGE y de los derechos intelectuales de los artistas en medio mundo. En 2001 ya se habían integrado en AISGE los bailarines, actores de voz y directores de teatro. En 2002 se constituyó la Fundación AISGE para reforzar la parte social, formativa y de promoción del colectivo. Desde ese año, ambas instituciones han ido creciendo exponencialmente y desarrollando un modelo de gestión ejemplar. El colectivo artístico había sido el último en llegar al ámbito de la propiedad intelectual, pero durante los últimos 20 años se ha consolidado a través de AISGE, erigida en la institución más eficaz, transparente, solidaria y rigurosa.
En el ámbito internacional, tras las Conferencias Diplomáticas auspiciadas por la OMPI en 1996 y en 2000, fue en 2012 cuando se logró el ansiado Tratado de Beijing sobre Interpretaciones y Ejecuciones Audiovisuales. Ya lo han ratificado medio centenar de países. AISGE y actores destacados de su colectivo han jugado un papel fundamental en esta conquista histórica. En paralelo, AISGE ha desarrollado una labor ingente de sensibilización, lobby, asesoramiento jurídico y técnico, y ha impulsado cambios legislativos y la constitución de entidades de gestión en beneficio del colectivo de artistas de medio mundo. De esta manera, su modelo de gestión ha ido consolidándose allende las fronteras nacionales.
Así las cosas, no obstante, la lucha continua. Cierto que el colectivo artístico en España, y en todas las regiones del mundo donde AISGE ha impulsado el reconocimiento y gestión de sus derechos (América Latina, África, Europa y Asia), ha ido tomando una conciencia paulatina sobre la necesidad de contar con un marco regulatorio justo y estable en materia intelectual y laboral, pero aún quedan conquistas fundamentales que hacer y, además, toca asumir el reto que suponen la Inteligencia Artificial, el metaverso y otros avances tecnológicos para el desarrollo del trabajo artístico-creativo y sus diferentes formas de explotación en esta era digital que representa la Cuarta Revolución Industrial. Todo ello está provocando un cambio de paradigmas nunca vistos en nuestro sector y el desafío no parece tener límites hacia el futuro.
En 2023, pese a todos los logros y el nivel de concienciación alcanzado, aún persisten obstáculos y problemas con los que contaba ese “jornalero de la gloria” hace tres décadas. El denominado Estatuto del Artista ha supuesto también algunas mejoras parciales en las condiciones sociolaborales de actores y bailarines, pero aún restan aspectos por desarrollar de gran calado. Tanto los últimos desarrollos de este Estatuto como la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual, así como la Ley del Cine y el proyecto de Ley sobre Mecenazgo se han quedado suspendidos por la reciente convocatoria de Elecciones Generales. La Cultura, con mayúsculas, viene tropezando sistemáticamente con la incomprensión política; incluso cuando su ejercicio alberga buenas intenciones, que no es en todos los casos.
Durante el periodo democrático actual, desde el sector cultural se ha venido reivindicando un Pacto de Estado que dote de estabilidad y proyección a todo el sector, alejando este bien de primera necesidad de la coyuntura y oportunismo político. Tal anhelo no ha sido satisfecho aún, y cada vez que se convocan elecciones generales salta de nuevo la teórica preocupación por el sector, pero pronto se disipa. Hay candidatos que llegaron a considerar a la cultura como lo que es: “el elemento transversal más importante que tiene un pueblo”, una comunidad, un país. La cultura, en efecto, es lo que nos une y lo que nos diferencia dentro de la diversidad, y es la argamasa que construye sociedad, economía, acervo emocional común, futuro y esperanza. Pero el pragmatismo democrático o político siempre relega esta actividad a un segundo o tercer plano, y hasta hay gobiernos que subsumen el Ministerio de Cultura en otros en los que se diluye definitivamente.
Con el advenimiento de las plataformas digitales, la producción audiovisual en España, siquiera de manera aparente y desigual, parece estar viviendo un repunte que, sin embargo, no se traduce en una mejora de las condiciones laborales e intelectuales del colectivo artístico. Está sucediendo, más bien, todo lo contrario: las prácticas contractuales se han deteriorado de tal manera que presionan sobre el actor para que ceda hasta lo que no puede ceder, razón por la cual AISGE está trabajando a fondo en esta materia para ofrecer soluciones justas que respeten la ley.
Con todo y pese a todo, siempre hay motivos para la esperanza y para la lucha. Es mucho y bueno lo conseguido en las últimas décadas, pero aún queda un largo camino hasta lograr un contexto de trabajo, promoción y desarrollo del “jornalero de la gloria”. De todos depende, pero muy especialmente de la propia convicción y concienciación del artista. ¡Alea jacta est!
Abel Martín Villarejo es secretario general de Latin Artis y director general de AISGE.
Fuente: AISGE. Foto: AISGE