 
				Ciudad de Guatemala, octubre 2020.- Jayro Bustamante está sacudiendo la conciencia centroamericana. El realizador guatemalteco radiografía los problemas de la región con una trilogía sobre la opresión a indígenas, homosexuales y comunistas
Jayro Bustamante (Guatemala, 1977) tenía interés por contar historias desde niño, pero fue hasta los 13 años que conoció cuál sería su lenguaje: “Descubrí un cafecito en mi pueblito donde los turistas intercambiaban cintas de VHS: las dejaban en un canasto y se llevaban otras. Había una televisión en el mismo café donde vos podías poner alguna película, y así empecé a hacer mis tardes de cine en ese lugar donde la mayoría de turistas eran europeos, así que caí en ese cine. Toda mi vida había estudiado en una escuela de método Montessori en donde cursábamos Lenguas Latinas como segunda lengua, y eso me facilitó entender el lenguaje del cine europeo”.
Como la vida tiene rimas, Jayro ahora es un director, guionista y productor de cine con mucha aceptación en Europa, Japón y Estados Unidos. Sus primeras tres películas hablan de problemáticas sociales: racismo, homofobia, misoginia, clasismo y memoria histórica. Reta a su propio contexto, ese que descubrió de adolescente con ¡Átame!, de Pedro Almodóvar. “Cuando la vi tuve conciencia de vivir en un país bajo opresión, y me dije: ‘A él le dan permiso de hacer este tipo de película’. Era algo como la libertad, mientras que yo crecí como con miedo, sabiendo que éramos perseguidos, sabiendo que cualquiera de mis acciones se podía malinterpretar”, rememora.
Al repasar su trayectoria –esa que inicia queriendo hacer cine en un país donde no existían escuelas para ello, emigrando para trabajar y estudiar en Francia y luego gracias a una beca con la que pudo continuar sus estudios en Italia–, no lo hace desde la narrativa de superación, sino desde la consciencia de la desigualdad: “Para mí fue súper difícil, porque llegué con muchas carencias. Los amigos con los que estudié venían de países donde el cine era cotidiano, por lo menos en la conversación familiar. Yo en Guatemala era un loco que hablaba de cine; lo sigo siendo un poco todavía. Tuve que ponerme al día y creo que ni siquiera hoy estoy al día de un europeo porque uno no puede recuperar todos esos años de mala educación. Esa es nuestra gran tragedia”.
Se sabe nadador a contracorriente y no lo idealiza, pero tampoco le gusta esperar milagros. Comprendió que no podía esperar a que un productor le descubriese, así que optó por producirse a sí mismo. “Y me dio muchísimo placer. La gente de la industria te dice: ‘Ya, pero es mejor solo ser director porque cada quien en su lugar’. Pero me gusta muchísimo la estrategia de montar un proyecto”.
Actualmente se encuentra en plena difusión de sus películas Temblores y La llorona. Esta última apenas logró estrenarse durante cuatro días en Guatemala, debido a la llegada de la Covid-19. La pandemia le dejó atascado en ese país y desde ahí recibe nuestra llamada para conversar sobre su trabajo.
– Parece que ha encontrado una fórmula: ser profeta en otras tierras antes que en su país. ¿Es así?
– No sé si es una fórmula. Yo creo que es lo que toca. Es como una especie de necesidad. Vos te dejás ayudar por quien te quiere ayudar y aquí no hay nadie que te ayude, entonces te dejás ayudar por la gente de afuera. Mis primeras tres películas las hice puramente gracias al financiamiento de mi socio francés y a los fondos de Estado. Luego está el factor de que tu primera película se vuelva famosa, y eso ya te hace más fácil las cosas. Cuando grabábamos Ixcanul nos hicimos una promesa: “Si esta película no nos sale bien, no la vamos a mostrar. Si está película queda mal, lo único que yo tendré después son deudas que pagaré y ya veremos la manera de empezar otra”. Tenés que ser lo suficientemente crítico, porque esa primera película te va a marcar para siempre. Hay quienes debutaron con largos demasiado inmaduros, por llamarlos así, y de esa manera es mucho más complicado que luego les tengan confianza para hacer una segunda.
– ¿Cómo ha sido recibido su trabajo por Europa, en particular en España?
– En Europa, muy bien. Es el continente donde más se ha visto mi trabajo, junto a Japón y Estados Unidos. El lazo que me une con España es que mis primeras tres películas las distribuyó Film Factory, un distribuidor catalán muy honesto y directo. Ixcanul nunca tuvo distribución en España; de hecho, aún no he terminado de entender lo que consume el público español. Sugerían que la película fuera doblada, pero yo quería respetar el idioma maya. Ahora estamos trabajando con Atera Films, que agarró Temblores y La llorona al mismo tiempo y las va a distribuir este año.
– En Ixcanul abordaba la problemática indígena; en Temblores, la diversidad sexual y en La llorona, el conflicto armado de tu país. Las ha denominado La trilogía de los tres insultos, porque en Guatemala “indio”, “maricón” y “comunista” se usan como exabruptos. ¿Cuál es la intención de estos trabajos?
– Los insultos son el punto de partida para contar lo que se esconde detrás de ellos. Al final, lo único que se esconde detrás de todas esas cosas son brechas de separación y de discriminación. En Temblores, por ejemplo, el insulto “maricón” está mucho más ligado en nuestras sociedades a un machismo y una misógina latentes, no solo hacia la homosexualidad. Se cree que si vos sos maricón te estás yendo al lado femenino y que te estás rebajando. Por eso quise tratar la diversidad sexual con un hombre. Luego viene todo lo demás. Por lo pronto, yo pensaría que tu familia, tu iglesia y tu Estado deberían de ser quienes te protegen, no quienes te torturan. Y sucede todo lo contrario, porque al final estamos dominados por un sistema falocrático que lo maneja todo. Y también es muy loco, cuando ya empezás a ver la película, descubrir cómo en nuestras sociedades el machismo está también resguardado por las mujeres. Tenemos pendiente una revolución femenina que necesitamos con urgencia.
– Es decir, que no ha querido limitar Temblores a la temática de la diversidad sexual.
– Eso es. Estoy haciendo un retrato social elitista, estoy haciendo un retrato social machista, de opresión religiosa y social, de un patriarcado que no queremos cambiar aunque ya nos hayamos dado cuenta de que no funciona. Yo no quería hacer una película solo para el nicho LGTBI, sino para todo el mundo. La mayoría de homosexuales han tomado sus referencias de películas heterosexuales, así que otra vez caemos en el machismo y la discriminación al pensar que un heterosexual no se va a sentir identificado viendo una película por el mero hecho de que el personaje principal sea homosexual. Por eso no la quería etiquetar. Si luego el público o los distribuidores la etiquetan, ya no me molesta.
– El cine de contenido a veces es malinterpretado si la trama no es aleccionadora. Temblores permite una lectura bastante abierta. ¿Le preocupa que se entendiera en el sentido contrario de lo que buscaba expresar?
– Mucha gente me lo dijo al principio, sí. También me topé con ese nuevo movimiento de “Ya no queremos en el cine LGTB personajes que sufren, sino que triunfan”. Pero eso está muy bien cuando vos venís de Berlín o de cualquier lugar donde ya tienen las bases para ir resolviendo este problema. Pero desde Centroamérica –ni siquiera Costa Rica, que ha avanzado más que el resto– no veo que ya podamos hablar de una vida queer. Nosotros todavía estamos en la lucha por los derechos humanos. Me resultaba difícil plantear un personaje triunfador frente a un sociedad que es devastadoramente opresiva. Por lo demás, no entiendo que, si la película habla durante dos horas de la opresión del machismo, no sea súper clara en su posicionamiento. Solo que nosotros no tenemos villanos, como en una peli de la Marvel...
– Pareciera que los personajes de sus películas siempre están a punto de liberarse pero no lo logran. Es decir, no hay una narrativa de vencedor a contracorriente. ¿Por qué le interesan esos retratos?
– Ixcanul y Temblores se parecen mucho en ese sentido, son como la cara femenina y masculina de la opresión. Yo tenía ganas de contar ese movimiento social en Guatemala de que “tenemos que proteger a nuestras minorías”. Y es mentira, en Guateamla tenemos que proteger a nuestras mayorías. Porque, si hablamos de que en mi país hay un 75 por ciento de población indígena, los indígenas somos mayoría y este es un problema de mayorías. En el caso de Temblores, donde el tema principal es el machismo opresor, sucede que en este país el 54 por ciento de las mujeres no dispone de los mismos derechos de los hombres y que cualquier hombre que presente una nueva masculinidad va a ser discriminado. Mis argumentos parten más de una realidad social que de un capricho de autor.
– Sus películas también desarrollan un importante discurso visual. En Temblores, a veces resulta confuso identificar la época en la que se desarrolla la trama. Parece el pasado por la estética, pero es el presente.
– Lo que pasa es que tenés una hora y media para contar una historia, pero debés abrir otro montón de ventanas para que la gente se haga otras preguntas. Y yo sí creo, aunque algunos lo vean irresponsable, que no podés darle respuestas a la gente, sino que el espectador se haga preguntas y luego busque sus propias respuestas. De ahí viene esa intención de hacer que las cosas resulten más grises, más ambiguas. Quiero salir de lo que ve siempre, de las historias de héroes ganadores, porque eso también nos hace muy irresponsables. Aquí se dice mucho eso de que “Los que no salen adelante es porque no quieren”, y es mentira: hay mucha gente que quiere, pero la sociedad no les deja. Incluso desde una perspectiva religiosa somos bien irresponsables. Pensamos que si vos cometés errores o “pecados” no es tu culpa, sino del diablo, que se te metió.
– Al relatar problemáticas de Centroamérica, ¿cuál es la frontera que divide invitar a la reflexión sobre nuestros problemas y vender nuestra miseria?
– Creo que todo depende e la forma. Si vos hacés pornomiseria, eso se nota y el público lo rechaza porque es algo que no funciona. Y sobre todo porque lo hacés desde la no empatía. Pero que nosotros, desde el periodismo o desde las artes, hablemos de las problemáticas de nuestros países no es más que un reflejo de nuestra realidad. Si vos te das cuenta los temas de las películas nórdicas son mucho más personales e individuales que sociales. Somos simplemente un reflejo.  
Fuente: Revista ACTÚA n. 369 de AISGE

