Del 29 al 1 de octubre se ha celebrado en Barcelona el Mondiacult 2025, la conferencia que aglutina a gran cantidad de ministros de cultura y personalidades del sector para definir las políticas culturales de la Unesco. Se trata solo de la tercera vez que se convoca este evento –los anteriores fueron en México, en 1982 y 2022–, que venía propiciado por todos los presentes avances tecnológicos que ponen en jaque cualquier política cultural anterior al acceso masivo de los sistemas de inteligencia artificial generativa a los que ahora tenemos cualquier usuario. En esta edición se pretendía definir las políticas culturares de los próximos años, poniendo el foco en la cultura como un derecho humano que, como tal, exige que se establezcan nuevas garantías ante los desafíos digitales a los que nos enfrentamos.
Debemos destacar, además, la presentación del primer Informe Mundial sobre el Estado de la Cultura, que arroja datos verdaderamente inquietantes sobre la industria cultural y que confirman lo que todos pensábamos que sucedería, aunque quizás no de manera tan prematura. Sabemos bien de la capacidad actual de los algoritmos para los clonar voces, generar rostros o realizar determinadas obras, lo que pone en jaque el concepto de autoría.
En el caso del intérprete, que siempre fue el puente entre la obra y el público, corremos ahora el riesgo de que se vea relegado a la condición de una fuente de datos del todo despersonalizada y suplantable. El resultado de todo ello es que antes del año 2028 los ingresos actuales del sector musical y audiovisual la IAG se verán reducidos entre un 20 y un 25 por ciento. Pero el dilema de fondo que se ha visto en la Mondiacult 2025 es mucho más ético que económico o técnico.
La IA genera obras bajo una aparente neutralidad, pero esto no es así. Detrás de cada obra se esconden los datos de todo tipo con los que han sido entrenados sus algoritmos, que además suelen ser obras del intelecto humano usadas casi siempre sin autorización. Y estos sistemas mezclan toda esa información para ofrecer resultados programados que aportan una respuesta que a menudo apenas se diferencia de obras ya creadas y que, de hecho, se han empleado para su su entrenamiento.
El riesgo es que vamos hacia una homogeneización de la cultura y que, sin un marco jurídico realmente sólido, estos algoritmos llegarán a erosionar la diversidad cultural de la que disfrutamos en el mundo. Esta preocupación se observa en las palabras del ministro de Cultura de España, Ernest Urtasun, quien indicó: “Mondiacult 2025 no es solo una cumbre, es un viaje colectivo en construcción”. Urtasun puso todo el énfasis en “la relación entre inteligencia artificial y cultura de paz”, temas incorporados precisamente a propuesta del gobierno de España. Ante esto, y como bien resumió el representante chileno, “Sin humanos, no hay cultura que interpretar”.
Como solución, muchos países propusieron la creación de una Carta Internacional de Derechos Culturales en la Era Digital con el fin de reconocer tres principios básicos para el sostén de la cultura, de los artistas y los creadores y que coinciden con los ya manifestados en otros foros.
En primer lugar, el consentimiento informado de los artistas y creadores para el uso de sus obras; en segundo, la transparencia de los algoritmos de los LLM; y por último, la necesidad de lograr una remuneración justa por el uso de sus obras por estos sistemas de IA. En este Mondiacult se recuperó la idea ya formulada en 1982 y reiterada en 2022 de que la cultura no es un simple adorno en nuestras vidas, sino “la infraestructura moral de las sociedades”.
La tecnología puede ser un gran aliado, pero también un gran enemigo. Puede permitirnos ampliar la voz de los pueblos, pero también puede lograr que se diluyan entre miles y miles de patrones algorítmicos. La IAG nos ofrece la posibilidad de democratizar la creación, como si fuera una herramienta más a disposición del creador, pero también puede concentrarla en unas pocas manos. Precisamente, y como señaló Urtasun al cierre del encuentro, “la cultura necesita reglas que garanticen que la tecnología amplíe lo humano, no que lo sustituya”. Por tanto, hemos de abogar por que la regulación de la IA se realice desde una perspectiva cultural y no solo económica. Si la IAG representa un cambio de paradigma, no podemos dejar que se quede fuera de las políticas culturales. Si colocamos la cultura como un derecho inherente al ser humano, hemos de garantizar las diferencias culturales frente a los avances tecnológico.
El algoritmo puede clonar nuestras voces, pero no entiende por qué la alzamos; puede crear una obra, pero no comprende la necesidad de crearla por parte de su autor. Las máquinas podrán copiar estilos, pero no saben lo que significan. Por tanto, y como se dijo en este Mondiacult 2025 a modo de colofón, la cultura es lo más humano del ser humano.
Marco Antonio Mariscal Moraza
Abogado y Doctor en Derecho. Profesor de Derecho Civil en la UAH.
Responsable de Transformación Tecnológica en AISGE
Fuente: AISGE

