Madrid, 6 de octubre de 2025
Netflix ha hecho pública una guía sobre el uso ético de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) en la producción de contenidos audiovisuales. Aunque solo afecta a las producciones realizadas dentro de su ecosistema (producciones o coproducciones donde tenga el control creativo), podemos decir que esta guía es mucho más que un protocolo técnico. Netflix da un paso al frente y, en lugar de prohibir el uso de la IAG, apuesta por la creatividad humana y el uso de estos recursos como herramienta para su desarrollo.
En otras palabras, la IAG se concibe como un potenciador de la creatividad, sometida a una serie de reglas para garantizar la transparencia y la protección de los derechos de los implicados. Y aunque surge la duda de si detrás de esta guía subyace, además de su aparente protección de los derechos de los creadores, el interés de evitar problemas legales sobre sus producciones, lo cierto es que su publicación genera cierta tranquilidad al sector.
Basta una simple lectura de los cinco principios rectores enumerados por la guía para captar el ánimo protector de la creatividad y del trabajo humano que la inspira. El primero de todos, el respeto al derecho de autor. “Los resultados no deben replicar ni recrear sustancialmente características identificables de material sin propietario o sujeto a derechos de autor, ni infringir obras protegidas por derechos de autor”, leemos. Grata noticia en un contexto donde no hay semana que no se ponga en entredicho el respeto de los derechos para el entrenamiento de la IAG. Pero, como el que no corre vuela, Netflix seguidamente establece otros dos principios rectores para evitar un uso de las obras de manera fraudulenta. El segundo, relativo a la prohibición de que las herramientas generativas utilizadas almacenen, reutilicen o se entrenen con la información de entrada o salida de la producción; y el tercero, indicando que estas herramientas generativas sean usadas, “siempre que sea posible”, en un entorno empresarial seguro que proteja los datos de entrada. Estos dos principios buscan evitar la fuga de material sensible y que sus producciones acaben entrenando otros sistemas de IAG en perjuicio propio y en beneficio de terceros, incluso a favor de sus competidores. Como cuarto principio rector se establece que “el material generado debe ser temporal y no formar parte de las entregas finales”. Parece que lo que pretende este principio rector es que la IAG sirva de inspiración al creador en la pre-producción, asegurándose de que la versión final tenga un alto contenido creativo. Sirva como ejemplo de este material inspirador o de apoyo temporal la creación de escenarios o el diseño de vestuario de una película, sobre los que luego se crearán los reales; simular distintas opciones de iluminación de una escena que facilite y oriente al director de fotografía, o incluso crear previsualizaciones de una escena de acción que permitan planificar los ángulos de la cámara y coreografías en el rodaje final.
Como quinto y último principio rector se establece que “la inteligencia artificial generativa (IAG) no debe usarse para reemplazar ni generar nuevas interpretaciones de talentos o trabajos contemplados por sindicatos sin consentimiento”. Es sin duda el punto más relevante para el colectivo de los artistas, pues prohíbe la clonación de voces o imágenes de los artistas salvo el consentimiento expreso del propio artista. Ya sabemos que a veces este consentimiento puede estar viciado, y que la autonomía de la voluntad del artista no es siempre tan autónoma o libre como nos gustaría, pero esta suerte de reserva o límite al uso libre del trabajo artístico constituye un primer paso ante la sensación de orfandad que se vive en el sector por parte del artista frente a la irrupción desmedida de la IA.
En definitiva, lo que subyace en la guía es preservar la creatividad en el cine y los demás contenidos audiovisuales de ficción, evitando que muchas profesiones sean sustituidas por la IAG. Pero esto va más allá del derecho de autor o de la propiedad intelectual, pues esta guía lanza un mensaje claro. Que no es otro que la necesidad de garantizar sostenibilidad del sector cinematográfico, asegurándose de que la IAG sirva para evitar la destrucción de todo el tejido laboral que está detrás la producción audiovisual y, por tanto, de la cultura. Esta apuesta por la creatividad humana influye en toda la cadena de valor de los contenidos audiovisuales y beneficia a todo el sector, incluyendo a los espectadores. Netflix les pone en valor, pues deja claro que estos no solo son aquellos que consumen series o películas sin más, sino que también valoran el modo en el que son producidas, de manera que les aseguran que lo que ven en pantalla es producto de la creatividad humana, productos o contenidos de calidad. Aunque esta guía solo es exigible en el ámbito del ecosistema Netflix, ojalá pronto veamos cómo la industria se suma a la misma. Sería deseable que estos principios rectores se conviertan en estándares compartidos por toda la industria o que incluso sirvan de inspiración al legislador. No se trata de renunciar a la tecnología o la innovación, sino de usarla racional y éticamente en beneficio de todos, de manera que esa utilización se ajuste a unos principios éticos. El futuro del audiovisual no solo depende de la eficiencia técnica, sino también del respeto recíproco entre creadores, productores y consumidores de los contenidos verdaderamente culturales.
Abel Martín Villarejo Director General de AISGE. Secretario General de Latin Artis.
Profesor de derecho Civil en la Universidad Complutense de Madrid
Fuente: AISGE

