Los creadores de arte, en todas sus formas, llevan siglos enfrentándose a un enemigo silencioso: la marginalidad jurídica o la invisibilidad legal. Mientras el producto de su trabajo creativo ocupa portadas, galerías y escenarios, e incluso habiendo constituido las bases del modelo económico de la radio, la televisión, el cine y de las recientes plataformas digitales, sus derechos suelen quedar en un segundo plano, sujetos a interpretaciones cambiantes, vacíos legales o intereses económicos diversos e imperantes. Hoy, más que nunca, informar sobre la realidad legislativa, contractual y el impacto de los avances tecnológicos sobre el trabajo creativo y sus formas de explotación, en modo alguno se debe asumir como un ejercicio académico, teórico o intelectualmente especulativo, sino como una verdadera necesidad social, cultural, económica y democrática. Es decir, como un acto de justicia y de responsabilidad.
Por tanto, damos inicio con este breve artículo de opinión a una nueva sección informativa de AISGE y de su Fundación, que siempre están pendientes del día a día que afecta al colectivo artístico y a la cultura en general, convencidos de que cumplen una función social de primer orden, a pesar de que el nivel de protección jurídica de su trabajo y de su creatividad dista mucho de ser el idóneo para garantizar un bien de primera necesidad como es la cultura. Desconocimiento, convicciones e intereses espurios abonan el estado de confusión social, político e institucional que vive el sector cultural, del que el colectivo artístico es protagonista principal. Por todo ello es tan necesario que el propio artista-creador tome conciencia de su status social y cultural, de su realidad jurídica y de que la lucha por sus propios derechos (laborales, de propiedad intelectual de imagen y fundamentales) constituye la única garantía factible de su trabajo y de su reconocimiento futuro.
Nos encontramos, en efecto, en una fase evolutiva de profunda y vertiginosa transformación. La irrupción de la Inteligencia Artificial (IA), sobre todo la generativa; el desarrollo de las plataformas digitales, los deepfakes y la circulación masiva de contenidos visuales y sonoros están reconfigurando no solo la forma en que se crea arte, sino también cómo se explota, se distorsiona y se apropia. En este nuevo escenario, el derecho de autor y el de imagen son las primeras trincheras en las que se libran batallas. Pero el derecho de autor o la propiedad intelectual en su conjunto necesitan desde hace décadas una actualización sustantiva para poder dar una respuesta eficaz a la nueva realidad tecnológica. Los fundamentos y dogmas del derecho de autor y del copyright proceden del siglo XIX, de manera que en las últimas décadas esas bases normativas viven de espaldas a la realidad tecnológica y a las dinámicas del mercado de los contenidos culturales, sobre todo los audiovisuales.
Con tan precarios y obsoletos elementos de defensa del trabajo artístico no se pueden afrontar los retos de la IA y demás tecnologías disruptivas de última generación. En nuestra modesta opinión, la estrategia de futuro pasa, al menos, por las siguientes líneas de trabajo y de avances rigurosos: a).- adoptar por parte de los propios creadores una conciencia más activa sobre la defensa de sus creaciones y poner en valor el futuro de su creatividad y esfuerzo b).- actualizar la propiedad intelectual como sistema jurídico eficaz para la protección de la creatividad humana c).- generar nuevas fórmulas jurídicas para proteger los contenidos que se generen automáticamente y de manera autónoma, sin intervención humana, por la IA. La pretensión hasta ahora generalizada de amparar toda suerte de creatividad –a modo de cajón de sastre– bajo el paraguas de la propiedad intelectual constituye un primer error de planteamiento.
Varias batallas se vienen librando durante las dos últimas décadas y a varios niveles, pero, con grosera desigualdad de armas de defensa, la comunidad creativa se está enfrentado a los grandes conglomerados multinacionales del sector tecnológico. Y en esa lucha tan desequilibrada, además, la parte más poderosa ya ha seducido a la sociedad civil con ofertas baratas, gratuidad inicial y una serie de ventajas insuperables. La ciudadanía no es consciente (y la comunidad artista, en parte tampoco) de que el camino iniciado nos conduce hacia el fracaso de la actual Civilización: se confunde la cultura con el entretenimiento; el arte y la cultura dejarán de incentivar el pensamiento crítico, dejaremos morir a las democracias por comodidad o impotencia y mañana será demasiado tarde para reaccionar.
Desde luego, este pequeño espacio dedicado a la reflexión sobre la tecnología y el derecho solo constituye un granito de arena más para advertir, aportar ideas e informar sobre cómo debería construirse un futuro de convivencia en paz y armonía. Porque sin justicia no hay ni futuro ni paz. Sin justicia tampoco hay desarrollo positivo, y sin soluciones justas la industria cultural destruirá los modelos de negocio que la sostienen y caerá como las torres más altas han caído.
Progreso y trabajo ajeno
Actualmente los lobbies más agresivos y afianzadores del Dios Tecno están impulsando reformas legislativas en varios centros de poder mundiales para legitimar su proceder primitivo frente a los intereses ajenos y frente al propio interés general de los pueblos y las naciones. Ese cambio de paradigmas económicos, sociales, culturales, políticos y geopolíticos del que venimos advirtiendo los últimos años se está produciendo ante nuestra atenta, atónita e impotente observación.
Por ejemplo, en Bruselas se están atendiendo iniciativas que pueden alterar la forma en que las plataformas usan contenido protegido. Se desconocen las implicaciones de los modelos de lenguaje y generación de imágenes entrenados con material que incluye voces, estilos y rostros de artistas vivos. Cuando se habla de “progreso tecnológico” suele omitirse que ese progreso se alimenta, muchas veces, del trabajo ajeno. Del trabajo de artistas. Y que no siempre hay una contraprestación ni reconocimiento justo.
Con todo, conviene colocar en sus justos términos la tensión entre derecho y tecnología. Nadie duda de todos los aspectos positivos que aportan los avances tecnológicos en la vida diaria, en el progreso científico, económico e incluso cultural. La tecnología hasta hoy ha sido un aliado de la creatividad y no un enemigo. Sin embargo, la concurrencia de tantas circunstancias adversas en el ámbito de la creatividad comienza a producir efectos colaterales nocivos (como la afectación a trabajos de los actores de voz, diseñadores, escritores, etcétera) que ponen en riesgo los modelos de negocio que sostienen todo el tejido cultural y económico.
Aquí es donde nace la urgencia de esta ventana de comunicación. Vivimos rodeados de arte y tecnología, y todos los días disfrutamos de ambos elementos esenciales de nuestras vidas sin cuestionarnos nada al respecto. Pocas veces nos detenemos a pensar qué hay detrás, quién tiene los derechos, cómo se gestionan, y si están siendo respetados. A menudo asumimos que la creatividad es libre y gratuita, como si brotara espontáneamente de una fuente común o como las setas en el bosque. Pero no es así: detrás de cada creación hay alguien que ha invertido tiempo, talento y esfuerzo. Y esa inversión merece una protección adecuada y digna. No podemos dar por sentado que solo se beneficien de ese proceso los que nada aportan a la creatividad, bajo el pretexto demagógico de que así se beneficia también el interés particular de los ciudadanos. Los ciudadanos han entender que nada hay gratis en “la viña del Señor”, que todo tiene un valor intrínseco y que alguien se beneficia de ese valor. Debemos asumir que, si no respetamos el esfuerzo e interés ajeno, nada impedirá que mañana tampoco se respete el tuyo.
El derecho de autor, que ha servido durante siglos como escudo del creador frente a la explotación, está siendo puesto a prueba como nunca. Las legislaciones nacionales intentan adaptarse, con desigual fortuna, a un entorno global y digital donde los contenidos se suben, editan, copian y monetizan en segundos. El problema no es solo técnico, sino de voluntad política: si no se legisla con conocimiento del mundo creativo, se corre el riesgo de favorecer a los grandes operadores tecnológicos en detrimento de los autores individuales.
Pero tan importante como el derecho de autor es el derecho de imagen, un ámbito muchas veces olvidado en el debate sobre la propiedad intelectual. El rostro, la voz, los gestos de un artista forman parte de su identidad, marca y trayectoria. Y hoy, esas identidades pueden ser recreadas digitalmente con una fidelidad escalofriante. La tecnología permite clonar voces, generar vídeos hiperrealistas, crear avatares falsos. ¿Qué ocurre cuando la imagen de un actor es usada sin permiso para promocionar un producto? ¿O cuando una voz artificial simula cantar con el estilo de un cantante real? En muchos países, el derecho de imagen no tiene una regulación clara o específica. España, por ejemplo, lo reconoce como parte del derecho al honor, la intimidad y la propia imagen (Ley Orgánica 1/1982), pero la jurisprudencia aún está construyendo criterios sólidos para afrontar casos relacionados con inteligencia artificial, redes sociales o réplicas digitales. Esto genera una enorme inseguridad jurídica para los artistas. Y lo más grave: genera un vacío normativo que les deja desprotegidos frente a prácticas abusivas.
De ahí la importancia de informar. Y no solo en foros especializados, sino en medios accesibles, plurales, donde los artistas puedan entender qué está cambiando y cómo les afecta. Porque una ley que no se conoce es una ley que no protege. Y en un entorno donde la innovación avanza más rápido que el BOE, esa brecha puede ser fatal para el creador.
Esfuerzos como esta columna, que se publica regularmente en el boletín semanal de AISGE y en la revista ACTÚA, nace con ese espíritu: explicar, semana a semana, trimestre a trimestre, los cambios legales y tecnológicos que afectan al corazón mismo de la creatividad. No se trata solo de analizar normas o sentencias. Se trata de dar contexto, señalar riesgos o visibilizar debates que muchas veces quedan restringidos al ámbito jurídico. Queremos hacer puente entre la ley y la vida artística, entre los textos legislativos, las relaciones contractuales y la práctica diaria de quienes viven de su trabajo creativo o artístico, de su estilo, de su imagen.
Informar es empoderar. Y en este momento de transición los artistas necesitan herramientas, conocimientos, redes. No podemos permitirnos que los cambios legislativos pasen inadvertidos, ni que el discurso sobre la tecnología se imponga sin una mirada crítica desde la cultura. Defender el arte no es un lujo: es una tarea colectiva, un acto de responsabilidad. Y empieza por el conocimiento de la realidad tecnológica y jurídica y de sus circunstancias y efectos presentes y/o futuros. La información veraz y el conocimiento es la mejor garantía de un futuro más justo.
ABEL MARTÍN
Abogado, director general de AISGE y secretario general de Latin Artis
Fuente: AISGE
Gráfica: Immo Wegmann en Unsplash